He llegado bien
03.08.2021

 

Todo viaje lleva de la mano una incertidumbre. Desde que dejamos de ser nómadas, desde que alguien colocó en un muro la primera puerta, habita en nosotros un temor hacia lo que pueda encontrarse al otro lado de ella. Aterrizamos. La voz de una azafata nos comunica que podemos activar nuestros teléfonos móviles y el sonido de las notificaciones recorre, como un reguero, la cabina del avión. Tenemos prisa por reconectar.

Alejarte de casa es un acto de liberación aunque conlleva renunciar al confort del hogar, del entorno, de lo establecido, La rutina tiene mala imagen – crecimos leyendo relatos de piratas y exploradores – pero confiere una ilusión de seguridad. La sensación de mantener el control de la situación. Antes de permitirnos encender los Smartphone la azafata ha comunicado que hemos llegado a nuestro destino. Me desabrocho el cinturón mientras pienso que, tras esa obviedad, se esconde una ironía. Mientas volamos nos privan del control de nuestro destino y cuando volvemos a alcanzarlo, nos lo retornan.

De joven llamas a tus padres para que puedan dormir tranquilos. Más adelante acostumbras a tus hijas a llamar a su otra casa antes de recoger las maletas de la cinta. Y así, un día, te encuentras a ti mismo avisando a tus hijos de tu llegada. No sé si lo esperan y tampoco importa. Es un pacto entre cómplices que heredas de tus mayores. Un rito que asegura que, cuando llamas y dices “ he llegado bien”, en realidad estás expresando,  “ me importas y sé que te importo”.

 

Publicado en El Diario Vasco el Domingo, 1 de Agosto de 2021.

Foto. Vince Tyros. SaintVincent-de-Tyrosse, Landas. Francia.- 2011.

 

 

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