Punto final
18.07.2021
No es obligatorio leer un libro hasta el final. Me ha costado media vida admitirlo y, todavía hoy, cuando ocurre, siento cierta decepción. He estrellado mis ojos contra tramas anodinas, prosas farragosas y personajes romos. He contado las páginas como un corredor de fondo que cuenta las zancadas que quedan hasta meta, y aún así, he sido fiel hasta el punto final. En parte por una disciplina heredada del sistema educativo pero, sobre todo, por miedo a faltar al respeto al autor.
Aún hoy, necesito encontrar una razón fundamentada para abandonar un libro. Se me ocurren dos. Una, el atragantamiento por hastío, alergia u otras intolerancias. Dos, la muerte. Mi madre se fue cuarenta páginas antes de acabar El amor en los tiempos del cólera. Conservo aquella primera edición de Bruguera, de tapas de color azul cielo, pero aún no he encontrado el valor para asomarme a sus páginas.
Lo imperdonable es no comenzar un libro. Tengo un amigo que siempre regala novelas y, meses después, cuando vuelve de visita, las busca en los estantes. Si encuentra el libro efectúa un peritaje somero y, si comprueba que está intacto, lo roba y se lo regala a otro amigo. Los libros son para leer, no para decorar salones, pero eso no significa que a todos nos atrapen las mismas tramas.
Llega un momento en que descubres que te queda menos tiempo que libros por leer. Ahí comprendes que el fin último de un libro es disfrutar. Que leer no es una penitencia, un sufrimiento o una obligación. La vida es muy corta para estar leyendo un libro que no te gusta. Lo mismo con todo lo demás.
Publicado en El Diario Vasco el 4 de Julio de 2021.
Foto.- DES PIE RTA.- San Sebastián.- 2201