Silencio
29.04.2014
La moto, la grúa, el martillo neumático. La bocina, la sirena, una alarma que salta. Derrapes, frenazos, motores que rugen. El reggaeton que se escapa por la ventanilla del coche. Los tacones del piso de encima y los gritos de la tele del de al lado. El aviso del guatxap, y el tono del móvil en modo concierto.
¡ PUM ! ¡ KATAPÚUUUN ! ¡ ZAS ! ¡ CRAAAAC ! ¡ BOOUUUM! ¡ CRASH! ¡ DINGDONG! ¡ RIIIIIING ! ¡ KLANK! ¡ PIIIIIPIIIIIPIIIII ! ¡BOING! ¡ MEEECK! ¡ RAAAAS !
El estrépito ha ganado. El ruido es la sintonía de nuestro estilo de vida. Chasquidos, zumbidos, ladridos, tañidos, aullidos, chirridos, estallidos, pitidos y otros ruidos. Contaminación acústica de nuestro paisaje sonoro. Ruido en la calle, en la mesa de al lado, ruido en la tele y ruido mediático. Ruido que se retroalimenta y genera más ruido.
El silencio es un bien escaso en peligro de extinción. Un lujo por el que pagas un precio extra en electrodomésticos, automóviles u hoteles. Necesitamos silencio para descansar y reflexionar. Sin embargo le tenemos miedo. Pánico.
Decimos que el silencio es incómodo, lo escondemos bajo el ruido para escapar de él. Ponemos en los ascensores música que nadie escucha. Encendemos el televisor nada más llegar a casa. Y si, aún así, gana el silencio, llenamos de ruido nuestra mente.
El silencio nos hace estar a solas con nosotros. Provoca que nos enfrentemos a nuestros deberes pendientes, a nuestras inseguridades. Nos recuerda que somos vulnerables.
No nos gusta rendir cuentas al único que no podemos engañar. Llenamos el vacío de ruido para huir de nosotros mismos porque cuando nos quedamos solos, en silencio, se oyen las respuestas que no queremos escuchar.
Publicado en el Diario Vasco el Domingo, 27 de Abril de 2014.
Foto.- Escrito en voz baja. Mural desgastado por el tiempo. Manhattan, NY 2010.
‘PURE OLIVE OIL’ parece leerse en parte del mural.
Un soporte físico, muy sólido (¡y tanto!) para un reclamo publicitario aún agradable y natural, inserto en una época pre-analógica: el inicio de la edad del cemento y el hormigón.
Una imagen abierta, rotunda. Me atrevería a decir elegante y silenciosa.
Quizá este silencio sea ese aceite que engrasa la unión entre la vida y nosotros, nos nutre sin que nos demos cuenta y hace fluir la conexión con nuestro verdadero yo.
Si me permites, te diré que hace un tiempo que percibo un leve rumor de fondo en tus escritos -a veces es un chirrido casi imperceptible- que antes no existía. Y lo mismo en algunas imágenes.
O igual son imaginaciones mías.
En cualquier caso, gracias por este muro silencioso de gris medio que has interpuesto entre el blanco y el negro puros, el ruido y los artefactos de color.
Un abrazo
Por lo que recuerdo era el muro de un edificio grande. Unos 40 metros de largo por unos 10 de alto.Y sí, vendía aceite de oliva pero quedaban restos de varios rótulos anteriores.
Interesante. No parece un muro tan grande a primera vista.
Gracias por compartir algo de tu tiempo, tus viajes y tus pensamientos.
Gracias por los textos y por las fotos, Guille. Especialmente por lo escrito en voz baja.
Gracias a ti, Felipe, por tus palabras motivadoras.
Esta Semana Santa, mis vacaciones han sido muuuuuy tranquilas por prescripción facultativa. Una casa con jardín, piscina, amplia… y a pesar de ir con mis dos hijos adolescentes, hemos podido disfrutar de maravillosos momentos de silencio que nos ha ayudado a incrementar los gestos, el tacto, los achuchones, los besos… para olvidar durante siete días los ‘venga, arriba, lávate los dientes, los deberes, a cenaaaar, ¡apaga el móvil!, a dormiiiiir….’
Y la verdad… no he sentido pánico sino una gran paz. Me estaré haciendo mayor…
Creo yo que no es cuestión de edad sino de estabilidad.
Supongo que ese miedo a quedar en silencio frente a nosotros mismos depende del grado de paz interior que tiene cada uno.
los 3 últimos párrafos resultan cruciales para comprendernos.
Estar con nosotros mismos es incómodo. Nos pasamos el día rehuyendo la mirada en el espejo. Fijamos citas con nosotros y después nos escapamos.