Serendipia
18.10.2018

 

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Hay un proceso largo y minucioso desde que se graba un sonido hasta que podemos reproducirlo en un disco de vinilo. Cuando la vida era analógica cada casa discográfica desarrolló su propio método para producir los discos. Prosperó en San Sebastián una planta de prensado del sello Columbia pero lo que que aquí cuento ocurrió en otra que la misma compañía regentaba en Pitman, New jersey. En ese lugar vemos a una mujer de mediana edad enfundando discos, mientras tararea Ain’t Got No,  de Nina Simone.

No sé si era negra, ni siquiera puedo asegurar que fuera una mujer, pero yo la imagino así. Tampoco sé si se trató de un sabotaje calculado o si fue, tan solo, un fallo de calidad, aunque me inclino por la primera opción. Lo único que puedo afirmar con seguridad es que introdujo una copia del disco Time Out de Dave Brubeck Quartet en la carpeta del primer LP de Boston.

En los 80 Columbia y Epic Label eran dos discográficas del mismo grupo, lo que facilitó la serendipia. A finales de la década anterior la Columbia había estado prensando cada día miles de copias de Boston y cuando las ventas cayeron, los vinilos se amontonaron en la fábrica. Metieron los sobrantes en un container y los embarcaron rumbo a Europa. Allí pegaron en la carátula un adhesivo con un descuento impreso en letras gruesas y los colocaron en el cajón de oportunidades.

En aquel tiempo Carlos fue a pasar unos días a Londres y compró aquel disco de Boston. Carlos, aclaro, es el único carnívoro que conozco al que no le gusta el jamón de pata negra. A parte de eso, colecciona rock progresivo de los 70. Nada más volver nos llamó a los amigos para estrenar el LP. En medio de un silencio expectante, esperábamos escuchar los primeros acordes de la guitarra acústica de Tom Scholz, con los que arranca More than a Feeling. Sin embargo,  comenzaron a sonar las escobillas de Joe Morello, el piano de Brubeck y el saxo de Paul Desmond desentrañando ese compás extraño que da título a Take Five.

Carlos retiró bruscamente la aguja, arrancó el vinilo y lo hizo volar hasta el tresillo de su madre. Aquel día de 1984 descubrí mi amor por el jazz. Y descubrí también que los mejores  regalos llegan sin avisar.Desde entonces, peleo por no perder la capacidad de sorprenderme.

Escribo esto mientras veo, sobre un estante, aquel álbum de Boston con su maravilloso disco equivocado en el interior. Me recuerda que la felicidad nos espera, agazapada en cualquier rincón, con la única condición de que  no salgamos a buscarla.

 

 Publicado en El Diario vasco el Domingo, 14 de octubre de 2018.

Foto.- Antiguo Mercado de san Martín, San Sebastián.-

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