Petricor
21.07.2021
Recuerdo el dulce aroma a tierra mojada, impregnando el aire después de una tormenta de verano, mucho antes de descubrir que su nombre era petricor. Recuerdo el perfume de la hierba recién cortada. El olor inconfundible del puerto de Hondarribia, mezcla de salitre, gasoil y restos de cebo de los barcos pesqueros. El olor a cloro de la piscina de Miramar. El perfume que dejaba la pólvora de los pistones después de una batalla de indios y vaqueros que hoy estaría mal vista.
El verano comenzaba oliendo a humo de sanjuán. Las mañanas de vacaciones olían a café recién hecho, a leche de vaca hervida y pan tostado con mantequilla. Los mediodías olían a playa, esa mezcla de crema bronceadora, arena pegada, toalla húmeda, filete empanado, tupper y plástico de colchoneta recalentado por el sol. Las tardes, con suerte, olían a Colajet, a chicle Cheiw de fresa ácida o a patatas Risi. Los perfumes que recuerdo de aquella época son el salitre tatuado a los brazos, el vinagre con el que mi madre aliviaba mi espalda quemada, antes de que inventaran el aftersun, y la mercromina de las rodillas.
Hay una relación íntima entre el verano, el olfato y la infancia. No sé si los recuerdos huelen o son los olores los que despiertan mi memoria. En todo caso, llega un agosto en el que volvemos a ser niños. Un verano como los de antes, en le que los placeres sencillos nos parecerán extraordinarios. Ya no hace falta taparse la nariz al aire libre. Es tiempo de respirar hondo. De oler intensamente cada día. De fabricar nuevos recuerdos.
Publicado en El Diario vasco el Domingo, 11 de Julio de 2021.
Foto. Nasal. Melbourne.- 2014.