Perder
22.09.2022
Dijo Rainer Maria Rilke que la infancia es la verdadera patria de una persona. En ese caso consideradme un apátrida sin el menor atisbo de nostalgia por aquellos años. A principios de los 70, en un colegio masculino, a una edad en que tu reputación va íntimamente ligada a tu fuerza, velocidad y agilidad, yo fui un niño torpe y desgarbado, un huérfano apocado, criado entre mujeres, con un desinterés manifiesto por cualquier actividad física.
Durante los 8 años de EGB perdí estrepitosamente en todas las competiciones y juegos en los que participé. Y ocurrió en la misma clase en la que Felipe, Noli, Carlos, Martín, Jesús, Fernando, Tomás y otros jóvenes atletas de Irún ganaron Torneo, el programa de televisión de TVE. Es fácil deducir que no, no fui el niño más popular de mi promoción.
Hoy sé que aquellas frustraciones despertaron en mí el espíritu de superación que me ha acompañado hasta hoy. Me ayudaron a forjar el carácter, a domar las emociones, a adaptarme a los reveses con entereza. La falta de condiciones físicas me impulsó a desarrollar otros rasgos como la empatía, la flexibilidad, la capacidad de negociar y cierto ingenio para seducir con las palabras. Habilidades que, años después, me ayudaron a perseguir mis metas.
Comienza el curso escolar y observo que se está desarrollando un modelo escolar y familiar que premia a todos los niños, al margen de su rendimiento físico o intelectual. Hemos promovido una cultura del éxito que brinda a los niños pocas oportunidades de experimentar el fracaso por miedo a que despierte en ellos un trauma irreparable.
Estoy convencido de que es sano dejar a tus hijos perder, que la infancia es el momento idóneo para aprender a lidiar con la frustración. Creo que sobreproteger a los niños hoy es desprotegerlos mañana, pero no doy consejos. Tan sólo comparto la historia de un perdedor que debe a sus derrotas todo lo que he ganado después.
Publicado en el Diario Vasco el Domingo, 19 de Septiembre de 2022.
Foto.- Muy Verde. Egia, San Sebastián. 2021.