Nada
07.08.2022

 

La mente es un territorio inmenso aunque, por ahora, no aparece en google maps. Camino sin meta ni objetivo por un laberinto de pliegues sin más ambición que dejarme llevar, perderme en mis cavilaciones. Deambulo entre recuerdos, intuiciones y otros caprichos del inconsciente. Me detengo a observar un pensamiento a medio formar, lo rodeo y sigo camino. Vago y divago sin rumbo y cuando, por error, me topo con la salida del laberinto doy media vuelta y me adentro en un bosque de divagaciones.

Estos días intento aprender a no hacer nada. Recuerdo, en un tiempo lejano, hacerlo de forma espontánea pero, al contrario que montar en bicicleta, es algo se olvida con la falta de práctica.  Resulta complicado quedarse quieto, hacerse a un lado, en un mundo en constante aceleración. Vivir ajetreado es símbolo de status en una sociedad que entiende la vida como una lista de tareas. Se tasa nuestro valor por la productividad de nuestros actos, incluso en vacaciones. Despierta envidia decir que has vuelto agotado de unos días de descanso.

No imaginé que entretenerse consistiría en mirar pantallas, que el ocio sería enchufar cacharros. La tecnología adictiva está diseñada para secuestrar nuestra atención. Despierta en nosotros un deseo inédito por significarnos, tener una opinión y un juicio para todo, compartir momentos íntimos, competir por la mejor sonrisa, ola, cumbre, receta, concierto o imitación de la coreografía de moda.

Este verano estoy robando a cada día algo de tiempo para no hacer absolutamente nada. Aburrirme. Perderme todo lo que aseguran las guías que no me puedo perder. Flotar absorto en el presente más inmediato. Dejar que emerja el recuerdo de que no hay nada más dichoso que vivir sin preocupaciones.

 

 

Publicado en El Diario vasco el Domingo, 7 de agosto de 2022. ( Versión ampliada).

Foto.-  10 Blanco.- Venecia. 2008

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