Made in japan

17.01.2022

 

En los 80 me habría llevado a una isla desierta algún juego de mesa, los Tintin con lomo de tela y una radio. En los 90 habría salvado del incendio los discos y libros que hubiera sido capaz de sujetar con los brazos. En los 2000 habría rescatado el ordenador, algunas películas en DVD y las fotos familiares.

Un 10 de enero, Steve Jobs presentó en público el primer iPhone. Quince años después, 6300 millones de personas, el 80 por ciento de la humanidad, tiene un smartphone y todos esos objetos son material de mercadillo, nostalgia de un mundo analógico. Hoy, las revistas, los periódicos, las cámaras de fotos y video, los mapas, el GPS, la calculadora, el despertador, tocadiscos, televisor, el álbum de fotos, los juegos, libros y mil cosas más caben en el bolsillo.

Una tarde de verano de 1979 derramé una gota de estaño sobre un disco de Deep Purple. El metal cayó sobre The Mule, la segunda canción de la cara B, en la que Ian Paice interpreta un solo de batería de seis minutos. Desde aquel día, no puedo disociar el sonido de la batería de esa percusión involuntaria que produce la aguja al pisar la mancha de estaño fundida en el vinilo. Las cosas físicas tienen memoria porque somos capaces de aportarles nuestra propia historia, aunque, en este caso, sea fruto de la torpeza.

Lo que no se toca no se siente. En un mundo desmaterializado el amor por las cosas se desvanece inevitablemente. Las canciones, las obras de arte, las películas son hileras de datos digitales y, aunque el acceso es más cómodo y económico, el vínculo con ellas es más débil. Efímero. Algo parecido ocurre con las relaciones virtuales. Afortunadamente, por ahora, somos seres físicos.

 

 

Publicado en El diario vasco el Domingo 16 de Enero de 2022.

Foto.- Instamatic 116.- Soho, New York City. 2001