Luz

25.02.2019

 

No echas en falta la luz hasta que eres consciente de que te estás haciendo mayor. Febrero nos roba cada día un rato de sol. El viento del norte instala un falso techo de nubes que baja la altura del cielo y lo pinta de gris. Los días se van apagando de forma sutil. Las pupilas se aclimatan a la penumbra, a la cabeza le cuesta un poco más. Será que la tristeza arraiga bien en la oscuridad.  El invierno se adueña poco a poco de nosotros. Se empapan los huesos, palidece la piel. La niebla manosea nuestro estado de ánimo y el mismo camino de ayer se hace más pesado de recorrer.

En nuestra tierra al sol de invierno le gusta hacerse rogar. Hasta que una mañana, sin previo aviso, despierta de su letargo y enciende el día. Las camelias se desperezan, los conejos asoman a la madriguera, los humanos salimos del caparazón. Se repueblan las aceras. Hay más ruido y más trasiego, también más sonrisas. La luz espanta a nuestros fantasmas que se parapetan muy al fondo, allí donde no alcanzan los rayos de sol.

La luz restaura los colores ajados por la lluvia. El mar vuelve a ser azul. Los reflejos se entretienen repintando el último valle. El sol aplaza unos minutos su sueño y, antes de esconderse, tiñe de rojo el contorno del horizonte.

Si pudiera pedir un deseo al invierno elegiría un poco de luz. Sentir el calor tibio del sol en la piel. Que el sur temple el viento, poder abrir las ventanas y dejar pasar el aire. En el momento más oscuro, en este tiempo sombrío, esta semana de sol ha sido el mejor regalo que puedo imaginar. La luz nos ha acercado un poco de primavera en pleno febrero. Gracias.

 

 

Publicado en el Diario vasco el Domingo, 17 de Febrero de 2019.

Foto.- Luz en mis sombras. CAPC,  Bordeaux, 2004.