Latidos
20.01.2013
El más primitivo de los instrumentos. El más universal. Económico, fácil de fabricar y de tocar. Unas veces alborotador y otras solemne. Siempre estruendoso. Juguete en las manos del niño, arma en las del guerrero, rito en las del hechicero. Hay algo de hipnótico en el sonido del tambor que despierta los sentidos y llama a la excitación y la acción. Lleva el paso en los desfiles, aviva la marcha de los ejércitos y el ritmo de los remeros en las antiguas galeras. Sí, hay algo en el tambor que funde a las personas en una sola cadencia como si se trataran de un mismo cuerpo, de un mismo sentir.
Instrumento modesto, el tambor sólo puede producir una nota. A cambio es, en esencia, el ritmo primario de la vida y de la tierra. Su sonido, básico, despierta los sentidos y los cuerpos. Aviva nuestro tambor interior y nos hace pulsar al ritmo de nuestras pulsaciones. Los pies comienzan a moverse, la cintura sigue el ritmo, las manos se suman golpeando el parche, la mesa o nuestro propio cuerpo. Unos golpes de tambor y nos convertimos en seres básicos como el instrumento. Desaparece la sofisticación, vuelve el primitivismo y nos sentimos, en comunión, felices y llenos.
Éste es el símbolo del sonido original. Aquel que descubrimos cuando aún estamos en el vientre de nuestras madres. Hoy miles de tambores y barriles hacen estremecer la tierra con su estrépito. Esa es la magia de esta fiesta. Un ritmo, un sonido, un latido que llevamos con nosotros desde antes de nacer.
Publicado en El Diario Vasco el 20 de enero de 2013, día en que se celebra la Tamborrada de San sebastián.
Foto.- Rejilla y Piedras.