Las últimas veces
05.02.2019
Sobrevivir es aprender a desprenderse. A decir adiós, muchas veces sin la oportunidad de despedirse. Recordamos de por vida la primera vez que hicimos algo especial pero solemos olvidar que también hay una última vez para todo.
A veces, las despedidas están planificadas. La última clase del curso. La cena de empresa para honrar al compañero que elige cambiar de mesa y de camino. El amor de verano que se cierra con el portazo del coche familiar, cargado de maletas. Después de los buenos deseos, de las lágrimas, de emplazaros a una próxima vez, te despides con la intuición sorda de que no volveréis a veros.
Por lo general, las últimas veces se presentan por sorpresa. Una ruptura, o la marcha definitiva de un ser querido suponen mucho más que la pérdida física. Otras veces eres tú quien sales de la vida de otras personas y no eres consciente, bendita inocencia, hasta tiempo después.
Lo más complicado es despedirse de uno mismo. Distanciarse de aquel chico idealista que se reía de todo. Decir adiós a la imprudencia, a la melena y a algunos sueños que quedaron atrapados, junto al pelo, entre las púas del cepillo. Despedirte de una edad en la que lo importante era menos trascendente y lo realmente trascendente era que se fijara en ti la vecina.
Si supiéramos, mientras besamos, reñimos o escuchamos a una persona, que es la última vez que le veremos revisaríamos nuestro comportamiento pero, por fortuna, las últimas veces no suelen estar marcadas en el calendario.
Bésame, bésame como si fuera la última vez, susurra Ingrid Bergman a Humphrey Bogart en París. Sí, quizá la vida consista en eso. En besar, abrazar, acariciar, reír, disfrutar, respirar como si no hubiera un mañana. Porque las últimas veces llegan sin avisar y mañana…
… qué sé yo de mañana.
Publicado en El Diario Vasco el Domingo, 3 de febrero de 2019.
Foto.- Viernes, 4.- San Sebastián, 2003.