Lagunas
30.09.2022

 

Perdí el hilo de la conversación mientras fingía prestar atención. Descuidé el final de un chiste y sólo llegué a las risas. Me perdí tu mirada. No presté atención a un consejo. Extravié las cuatro frases del guion en las que el villano revela el móvil del crimen. Pasé por alto un guiño cómplice. Caricias, goles, obras de arte incontables se hundieron hasta el fondo de la laguna. Ahora reposan en el fango junto a confidencias,  pasos de cebra y señales de tráfico, el toque secreto de una receta, una coreografía improvisada de mis hijas y unas cuantas enseñanzas que no consiguieron arraigar en mi memoria.

En Ébano, Cuenta Kapuściński que muchos elefantes africanos mueren cuando se pone el sol, al acercarse a sus abrevaderos. Se sitúan en la orilla de un lago y, para beber, extienden la trompa y la sumergen, succionan el agua y la llevan a la boca. Sucede que los elefantes viejos tienen mucha dificultad para levantar la trompa y se ven obligados a adentrarse en el lago para poder acceder al líquido. Hunden sus patas en el lodo y cuando se agitan, para intentar liberarse, su propio peso los arrastra hacia el fondo y desaparecen, tragados por las aguas.

Hago inventario de lo que me he perdido mientras estaba mirando la pantalla del teléfono móvil. Imagino un paisaje salpicado de lagunas. Lagunas mentales. Charcos de cristal líquido que secuestran mi atención con sus destellos. Vibraciones, parpadeos que me obligan a bajar la cabeza, clavar los ojos, hundirme en una pantalla y perderme cientos de instantes que podrían agruparse bajo el nombre genérico de vida.

 

 

Publicado en El diario vasco el Domingo, 1 de Marzo de 2020.

Foto.- Fragmentos. Berlín, 2012.

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