Hoy
25.02.2018

 

Ayer, hoy y mañana.

Cuando comíamos de lo que cazábamos y el agua corría desde la montaña las preocupaciones duraban poco. Hace miles de años la vida consistía en sobrevivir hasta el anochecer. Cerrar los ojos, unas horas, al fondo de alguna cueva, hasta que las alimañas o la luz indicaran el momento de seguir camino a ninguna parte. Recoger bayas silvestres, atrapar algún conejo, caminar, caminar, caminar hasta encontrar la próxima guarida.

Los primeros hombres llamaron mediodía al momento en que el sol pasaba por el punto más alto y partieron el tiempo anterior y posterior en porciones. Más tarde, cuando las sociedades agrícolas se asentaron, necesitaron regular las siembras y las cosechas.  Para ello crearon los meses midiendo el tiempo transcurrido entre dos lunas nuevas.

El sol y la luna nos organizaron la vida durante los primeros siglos. Con el progreso, en un ejercicio de arrogancia, nosotros creamos planes a semanas, meses y años. Quizá nos hemos creído dueños de nuestro tiempo pero, cada noche, la vida se apaga cuando cerramos los ojos. Volvemos a aquella caverna y morimos un poco. Los días pasan, se hacen años y gran parte de ese tiempo se nos escapa como arena entre los dedos.

Entre un pasado reescrito por la nostalgia y un futuro cargado de planes, objetivos y expectativas es cada vez más estrecho el espacio que nos queda para vivir el momento. Supongo que las canas me apremian a aprovechar cada hoy como si fuera un presente. Sentirme que estoy aquí de prestado. Vivir cada beso, risa, canción, bocado, atardecer, de uno en uno, con la intensidad de quien sabe que están contados.

 

 

 

Publicado en El Diario Vasco el domingo 11 de Febrero de 2018.

Foto.-  Ayer, hoy y mañana. Soho, NYC. Diciembre 2016.

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