Civis

18.05.2015

 

No son los perros. Son sólo los cerdos que no vigilan a sus animales y tapizan de excrementos aceras y parques. No son las bicis. Son esos ciclistas anárquicos que hacen carreras por las peatonales, te atropellan por la acera o se saltan los semáforos. No son los peatones. Son los que no respetan semáforos o cruzan por mitad de la calle con los ojos clavados en el móvil.

No son los coches. Son los prepotentes que no respetan a los ciclistas, desgastan el claxon y ocupan la acera impidiendo el paso. No son las motos. Son los que circulan por las aceras para coger un atajo, saltarse el semáforo o cambiar de sentido. No son los jóvenes. Son sólo los gamberros que llenan la calle de botellas, mean entre los coches o no dejan dormir a los vecinos con sus gritos.

No son los móviles. Son los que comparten a gritos su conversación en el autobús, la playa o la consulta del médico. No son los niños. Son los padres egoístas que se despreocupan de sus hijos y les permiten molestar a los demás en los espacios comunes.

No somos todos los ciudadanos. Son sólo los egoístas, los insolidarios que confunden libertad con ausencia de normas y de formas.

Los que desprecian las reglas, las ordenanzas y los acuerdos. Los que ensucian los muros, destrozan el mobiliario urbano, llenan la calle de pancartas, chicles, panfletos, latas. Los que clavan sus anuncios en los árboles o tiran papeles el suelo. Los que creen que la calle es suya y eso les da derecho a maltratarla.

Civismo procede de civis, ciudadano y es el compromiso personal que adquiere cada uno con su ciudad. Un pacto entre personas que entiende que respetar el patrimonio, los momentos y los espacios comunes es el primer paso para respetarnos entre nosotros.

La cultura cívica supone mucho más que votar un alcalde cada cuatro años. Se ejerce cada día pero comienza por elegir entre todos, el modelo de ciudad en la que queremos convivir.

 

 

 

 

Publicado en El diario Vasco el Domingo, 17 de mayo de 2015.

Foto.- Afecto. Lisboa, 2013.