Amateur
10.08.2021
La eficacia nos inculcó rigor y medición. La eficiencia nos exigió calidad y utilidad en cada acción. La competencia nos hizo pelear por una posición en el ranking. El ocio era algo a lo que nos entregábamos por gusto, sin esperar ningún tipo de compensación material o social, hasta que los valores del neg-ocio contaminaron nuestra idea de tiempo libre.
No sé de dónde proviene el ansia por profesionalizar nuestro tiempo de recreo. Si queremos elogiar a alguien que surfea, baila, cocina o esculpe con habilidad decimos que tiene oficio, que parece un profesional. Los fabricantes distinguen sus mejores raquetas, guitarras, cámaras, balones, batidoras, bicicletas, consolas de videojuego con el apellido PRO. Y, al mismo tiempo, cuando queremos menospreciar a quien desarrolla sus gustos sin la suficiente habilidad decimos de él, con desdén, que es un aficionado.
La experiencia personal es una gratificación subjetiva, algo que gozamos sin necesidad de contrastar con los demás. Somos lo que vivimos pero, hoy, ese placer íntimo parece estéril si no lo exhibes. Si no lo compartes en forma de marca personal, de record, de éxito medible y demostrable. No hay interés, ni goce, en gastar tiempo en una afición si no te va a proporcionar el aplauso del grupo.
Disfrutar de una afición y practicarla razonablemente mal, sin someterla a un control de calidad, es hoy un acto revolucionario. Una experiencia íntima que nos libera del yugo de la exigencia profesional. Amateur, en francés, es aquel que ama lo que hace. Cómo no valorar a quien invierte su tiempo en hacer lo que ama, a quien se entrega por pasión, sin esperar nada a cambio.
Publicado en El Diario vasco el Domingo, 6 de octubre de 2019.
Foto.- Don Donut. Tokio, 2014.