Reír
06.01.2020

 

ana & friends

Reíamos a carcajadas. Nos dolía el estómago, la mandíbula, nos brillaban los ojos pero, aún así, no parábamos de reír. Nos reíamos de lo gracioso, de lo solemne y de lo que no entendíamos. Reíamos en los buenos ratos y nos partíamos de risa en el momento menos indicado. Era una risa floja, pegajosa, estridente, descarada. Derrochábamos risas y las regalábamos a quien quisiera compartirlas.

Después nos olvidamos de reír. Literalmente. La risa es un regalo que perdemos con la edad. Porque estamos muy preocupados o muy ocupados o porque no encontramos un motivo lo suficientemente serio para reír. El hecho es que un niño se ríe 300 veces al día, un joven alrededor de 80 y un adulto no más de 15. Reímos tan poco que hasta hay expertos en risoterapia. Quizá respirar sea un asunto demasiado trascendente como para andar riendo por ahí.

Hace un par de años, los vecinos de mesa de un restaurante estrellado nos llamaron la atención por disfrutar de la sobremesa con demasiada alegría. Nuestras risas estaban estropeando su experiencia gastronómica. Reír se ha vuelto una frivolidad y nos hemos acostumbrado a convivir entre rostros circunspectos. Ya no se oyen risas sonoras en el bus, en la oficina o en la cafetería. Reímos poco y, si lo hacemos, es frente a una pantalla. Los humoristas copan las teles, las comedias llenan las salas de cine y parece que whatsapp se inventó para enviar chistes. Consumimos risas enlatadas que contratamos a terceros para que nos diviertan.

En cambio, la risa que producimos con los demás es mucho más que una reacción a algo gracioso. Es la forma de decir a nuestra gente que nos gusta. La risa nos une, elimina la hostilidad, nos ayuda a comunicarnos. Queremos más a quien nos hace reír.

La risa es un regalo extraordinario. Y como aún estoy a tiempo de pedir algo para mañana, me pido reír más. Mucho más. Porque reír es contagioso pero no reír es una epidemia peligrosa.

 

 

 

Publicado en El Diario Vasco el Domingo, 5 de En ero de 2020.

Foto.- Ana & Friends.- Spitafield, Londres.- 2005.

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