Hogueras
23.06.2019

 

¡ Manos arriba!

Me gustan las historias que se cuecen al calor de las llamas. La hoguera era hogar mucho antes de que se levantara la primera casa. Alrededor de un fuego se han imaginado los mitos y los relatos que han marcado, hasta hoy, nuestro camino.

Recuerdo una historia, un 23 de Junio. Sería 1974. La hoguera de la víspera de San Juan languidecía y los padres ya se habían retirado. Los pequeños nos sentamos junto al fuego a lanzar piñas secas mientras los hermanos mayores intentaban asustarnos con historias de miedo. En eso apareció Dedé.  A pesar de su nombre, Dedé era el vecino más serio del barrio. Enigmático, no digo el más extraño porque en mi barrio lo extraordinario era ser normal.  Cortés aunque muy reservado, imagino que su introversión era un intento de tapar una tartamudez que disimulaba arrastrando suavemente las sílabas. No se llevaba con nadie pero tenía una extraña habilidad para entenderse con los pequeños. Sabía contar historias.

Le pedimos que nos contara una de sus aventuras de juventud pero ni siquiera nos dirigió la mirada. Como respuesta, apuró su cigarrillo y lo lanzó a las llamas. Tras unos segundos, murmuró unas palabras sin apenas mover los labios. Hoy no puedo, debo desaparecer. Vengo de asaltar un banco, hace una hora, al otro lado de la frontera. Un asunto feo. Hemos dejado un herido en la huida. Desapareceré una temporada. Cuidad los geranios del pasillo y no digáis ni una palabra de esto.

Risas nerviosas. Confusión. Y después, un silencio incómodo que duró un siglo. Permanecimos callados, ensimismados en la hoguera, hasta que Urrutia se envalentonó y le espetó, “ Tráenos una prueba del atraco y te creeremos”. “Claro, respondió Dedé. Debo irme ya. Dadme dos minutos para llenar una maleta. Recojo mis cosas y os muestro mi ASTRA automática de ocho balas. A ti, quizá, hasta te deje empuñarla.”

Silencio aún más largo. Aún más incómodo.

Lo mejor de las hogueras son las historias. Lo peor, el humo. Se pega al pelo como un piojo. La noche del 23 de junio es laborable para los traficantes de humo. Salen al anochecer, con sus aspiradores, a cazar el humo de las hogueras. Siguen su rastro en el horizonte y saben distinguir qué tipo de fuego se van a encontrar por el color blanquecino, gris o negro que desprenden al arder.  En su camino encuentran fuegos grandes que hacen poco humo y fogatas que provocan una humareda. Antes del amanecer lo envasan al vacío en fardos de plástico y, esa misma mañana, sale a subasta en páginas especializadas de internet. Es un secreto a voces que muchos incendios son provocados por las mafias de traficantes y no parece descabellado. Es una mercancía muy cotizada entre charlatanes, directores espirituales y otros vendedores de humo. Los humos de segunda calidad, como el que emiten los tubos de escape, son más económicos y suelen utilizarse en procesos industriales como tejer cortinas de humo y otras distracciones.

La hoguera ya dormía. Como era presumible, Dedé no apareció. En casa me esperaban dos riñas. Una por llegar tarde y otra por oler a tizón. A la mañana siguiente los amigos nos reímos a carcajadas, para espantar la vergüenza, de la tomadura de pelo de Déde. ¿Cómo podíamos haber sido tan ingenuos como para esperarle durante una hora ?

Dedé sólo fumaba Winston de contrabando. El de paquete blando, con la etiqueta azul de la R.J.Reynolds Tobacco. Cuando expulsaba el aire, lanzaba aros densos como señales de humo. Nunca volvimos a verle.

 

Publicado en el diario vasco el Domingo, 23 de Junio de 2019.

Foto.- ¡ Manos Arriba!  Berlín.- 2012.

3 comentarios:

  1. iñaki dice:

    A mi también.Recuerdo,hace años,cerca de Estella.Paramos en Venta Zunbeltz.Sin suministro eléctrico.Noche cerrada.Estaban,además de nosotros,los venteros y ¡¡una monja!!Y al calor de la llama,comimos el mejor chorizo a la brasa de mi vida.Tiempos…………

Responder a iñaki:

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